¡No más discriminación contra las feas!
Si la discriminación es fea, la discriminación contra las feas es la más fea de todas.
El problema es que muchos trabajos se consiguen -no por tus grandes conocimientos, tu experiencia, y habilidades especiales- sino por tu apariencia personal.
Mi prima Concepción, que en su pueblo natal -Santa Gertrudis de los Elotes- fue medalla de oro infantil en gimnasia, emigró a USA. Hace una semana, agobiada con el desempleo respondió a este aviso: “Solicito bailarina de tubo”.
A la hora de demostrar sus habilidades: qué maravillosas piruetas las que se fajó la Conce. Pero cuando enfrentó la entrevista, el tipo le dijo que con su pinta le pronosticaba una carrera exitosa, pero en Hollywood.
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¿Hollywood? –preguntó abriendo los ojos.
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Sí, en Hollywood. Allá puedes doblar a Chita, en aquellas escenas en que la mona debe actuar con Tarzán, en difíciles piruetas, colgada del bejuco.
¡Qué cruel! El desgraciado.
En semejante ambiente de discriminación ¿qué puede hacer una mujer fea?
(Pues realmente yo no sé porque no soy mujer). Pero cuando yo era un escuincle las maestras más lindas enseñaban las piernas y las más feas enseñaban matemáticas.
Ahora, en esta época de discriminación, a las jovencitas que mi Dios las dotó de gran inteligencia pero poca pinta, las contratan para atender al público, pero en el departamento de reclamos por teléfono.
Esa clase de discriminación se conoce como “lookismo”: (Discriminación basada en el “look”). Como infeliz resultado, una mujer bella gana 15% más que una fea, realizando el mismo trabajo.
Si a las feas les va regular, a los feos nos va peor. ¿Qué tan feo soy?
Ayer me paré frente al espejo, me cepillé las muelas, hice gárgaras con astringente y me practiqué mi autoevaluación: Calva, acné, pelos en la nariz y orejas peludas.
Como el único ejercicio que practico es sentarme frente al comput ador, he desarrollado músculos dignos de una lombriz solitaria. No me califiqué bíceps, pecho, y otros órganos desparramados al sur de mi ombligo, porque son realmente horrorosos.
Otro efecto secundario de ser feo es que te vuelves invisible.
Yo hacía cola en un restaurante de comida rápida cuando observé que una mujer grandotota, con la estructura ósea de un Hummer, unos ojos de color cielo, pestañas enormes, “bubbies” copa D+ y perfume Chanel #5, se estacionó a mi retaguardia.
Cuando el gordo de la caja dijo: “next”, yo di un paso al frente.
- ¡Alto ahí! ¡Cretino! La que sigue es la bella señorita a la que usted le está obstaculizando el paso.
Así que decidí mejorar mi apariencia. Me mandé colocar implantes de cabello rubios. Arrasé con láser los pelos de mis orejas.
Ahora uso una faja que me aprieta la panza y me saca pecho, y unos zapatos que me hacen lucir una pulgada más alto.
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Tía Filomena, ¿cómo me ves?
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Sobrino, ¿quieres que sea bien sincera?
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Tía, me someto a la más dolorosa de tus críticas y sin anestesia.
-Mijo, has cambiado mucho. Antes eras feo. Pero luego de gastar cinco mil dólares en ajustes… quedaste horrible.
Feos de todos los países:
¡Unámonos!
Para acabar con la discriminación, exijamos una Ley que asegure cirugía plástica –gratis- para todos los feos, por cuenta del gobierno.