Por: © 2012 Armando Caicedo

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La protesta es un deporte universal que tiene más fanáticos que el fútbol.

Claro que la diferencia entre patear una bola, y que la policía te patee las tuyas… es simple: en el fútbol te exigen -como mínimo- portar la camiseta de tu equipo. En cambio, en una protesta, te vistes como te da la regalada gana, o, en el mejor de los casos… te desvistes.

El recurso más barato con el que cuentan un activista para que su protesta aparezca en el noticiero de la noche, es clausurar el pico y… desnudarse. ¡Y eso hay que pararlo!

(Hay que parar la moda de gritar en cueros porque se volvió una epidemia)

Imagínense a los abnegados policías reinventando sus tácticas todos los días, para no violar el derecho a la intimidad de quienes protestan desnudos:

  • ¿De cuál extremidad se pueden agarrar a una dama que protesta encuerada?

  • ¿Los caballeros que desfilan desnudos pueden ser acusados de portar armas contundentes?

-¿Cómo debe reaccionar un cuerpo de policías antimotines, entrenados para aplastar las protestas de rudos sindicalistas, cuando se enfrentan a unas angelicales jovencitas, que si les apuntan, es con esas armas de seducción masiva que cargan a la altura de sus virginales pechos?

Lo que no me agrada de este tipo de protestas es la discriminación.

Uno abre los ojos maravillado ante la visón de una rubia ukraniana que para protestar por “la cacería de morsas en el Ártico” muestra dos razones de peso (o de pecho) que le cuelgan del tórax.

Pero uno cierra los ojos, prudente y respetuoso, cuando quienes protestan son unas abuelitas de la tercera edad, que exhiben –optimistas- esos físicos lánguidos y flácidos que más parecen el anuncio de una dieta para adelgazar a la fuerza.

Es que una docena de jovencitas, propietarias de unas medidas de infarto, que se aligeren de sus chones y portasenos para protestar… son capaces de parar a toda una ciudad.

Caso contrario ocurre cuando a unas damas veteranas y respetables les da la chifladura por encuerarse, para reclamar alguna ayuda de la seguridad social, en cuyo caso, si logran parar algo, serán las cejas de los sorprendidos transeúntes.

Si desnudarse en grupo es una conducta de alto riesgo, empelotarse en solitario demanda un valor a toda prueba.

Acaba de ocurrir en el aeropuerto de Portland. John Brennan, de 49 años, pasaba por el punto de inspección cuando el agente le ordenó despojarse del cinturón y los zapatos. Al tipo se le fue la mano, porque en el siguiente pestañeo exhibía una desnudez parecida a la de Adán, la víspera de su expulsión del Paraíso.

“Fue mi manera de protestar por la forma invasiva como ellos conducen sus requisas sobre mis partes íntimas”.

(Nota: a juzgar por la foto de mister Brennan en canicas -que gracias a la Internet ya dio seis veces la vuelta al mundo- el 99% de sus “partes”, ya dejaron de ser íntimas)

Dos lecciones aprendidas en este caso:

  1. Cuando tú te desnudas frente a los castos ojos de un agente, puedes ofender a la autoridad competente.

  2. Caso bien distinto, cuando la autoridad es la que te encuera, so pretexto que el perro antiexplosivos introdujo sus húmedas narices -más de quince segundos seguidos- en las vecindades de tu ingle.

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VERBATIM

“Un tipo desnudo no me causa risa… a no ser que el tipo sea yo mismo, reflejado en el espejo”

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