Washington, 10 jul (EFE).- El virtual candidato presidencial republicano, Mitt Romney, ha prometido corregir, a su manera, el sistema de inmigración de EE.UU., pero su plan levanta sospechas entre grupos pro-inmigrantes mientras se codee con conservadores opuestos a una verdadera reforma.
A lo largo del proceso de primarias y buscando el guiño de los conservadores, Romney adoptó una postura de «mano dura» contra los indocumentados para luego proponer una reforma migratoria muy similar a la que fracasó en el Congreso en 2007 por falta de consenso entre demócratas y republicanos.
Pero, a menos de cuatro meses para los comicios presidenciales, Romney sigue teniendo un problema de imagen entre el electorado hispano, un grupo que será clave en estados «bisagra» como Colorado, Florida, Nuevo México y Nevada.
Parte del problema podría ser que Romney se codea con líderes conservadores que lisa y llanamente se oponen a un plan de legalización de los indocumentados.
El pasado fin de semana, apareció en un acto de recaudación de fondos en la mansión de los hermanos Charles y David Koch en el área de los Hamptons, uno de los enclaves más adinerados de Nueva York.
El acto suscitó protestas y gran cobertura mediática, en parte porque los hermanos Koch no sólo son empresarios multimillonarios sino que controlan una vasta e influyente red de grupos ultraconservadores decididos a derrotar al presidente, Barack Obama, en noviembre próximo.
No ha sido la primera vez, y probablemente tampoco será la última, que los Koch se vinculan con la campaña de Romney. Ya en agosto de 2010, en la etapa de «arranque» de los precandidatos republicanos, David Koch había organizado varios actos para Romney.
Los hermanos Koch no son ajenos al volátil tema de inmigración en Estados Unidos. Su apellido ha sido vinculado con el conservador Concejo Estadounidense de Intercambio Legislativo (ALEC, por su sigla en inglés), un grupo que impulsa medidas estatales para combatir la inmigración ilegal.
Uno de los éxitos de ALEC ha sido la ley SB1070 de Arizona, que el Tribunal Supremo anuló parcialmente el pasado 25 de junio y que Romney había dicho durante las primarias debería servir de modelo para el resto de la nación.
El mes pasado, Romney prometió ante la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Elegidos (NALEO) que superaría, con una solución «a largo plazo», la reciente decisión de la Administración Obama de suspender la deportación de ciertos estudiantes indocumentados que llegaron al país cuando eran menores de edad.
Su plan reconoce hasta cierto punto las nuevas realidades del mercado laboral y busca fomentar la inmigración legal para el crecimiento económico del país, en unos momentos en que tanto la economía como la inmigración figuran como temas de campaña.
Romney habla mucho de la necesidad de resguardar la seguridad fronteriza y disuadir la inmigración ilegal.
Pero ni en la página web de su campaña ni en sus apariciones públicas ha precisado qué hará con los cerca de 11 millones de extranjeros clandestinos que se calcula viven en EE.UU.
Romney sí ha dejado en claro que se opone a una «amnistía» y a que los indocumentados reciban alguna «ventaja» o trato preferencial a la hora de solicitar un estatus legal, por encima de los que llevan años haciendo cola para ingresar con visas legales al país.
Para los grupos partidarios de la reforma, que superan en número a los que se le oponen, el plan migratorio de Romney resulta poco creíble a la luz de todas sus declaraciones a lo largo de la campaña.
También levanta sospechas porque el exgobernador de Massachusetts mantiene vínculos con líderes como el secretario de Estado de Kansas, Kris Kobach; el alguacil del condado de Maricopa (Arizona), Joe Arpaio, y la gobernadora de ese estado, Jan Brewer.
Son, en su conjunto, tres líderes conservadores que han declarado la guerra a los indocumentados, y de los que Romney no se ha distanciado de forma convincente.
Romney necesitará al menos el 40 % del voto latino en noviembre próximo, pero su plataforma migratoria -carente de detalles- y sus conexiones con líderes de la derecha y declarados enemigos de la reforma por ahora no han logrado reducir la ventaja de Obama entre los latinos.
En 2008, los latinos que votaron a Obama doblaron a los que lo hicieron a su rival republicano, John McCain.
En 2012, pese a que Obama no cumplió su promesa de una reforma migratoria, los latinos siguen dándole el beneficio de la duda.
El tiempo apremia, y si Romney quiere arañar votos entre los latinos, tendrá que ofrecer detalles sobre cómo pondrá en marcha una reforma a la que se opone buena parte de su base. EFE