Les imploro no interpretar -de manera torcida- el título de esta columna.

No se trata de abordar problemas de disfunción eréctil. ¡No! Lo que intentamos es parar esta odiosa guerra entre los sexos, que causa más víctimas que la “guerra contra las drogas” y más injusticias, que el programa de “comunidades seguras”.

Para empezar, es justo reconocer: a los hombres nos discriminan, nos persiguen y nos ignoran.

Las mujeres se tomaron por asalto las pocas fábricas que aún no han mandado para la mismísima China. En las universidades se ven ahora más estudiantes mujeres que hombres. Y a las posiciones de poder llegan las féminas, sin pedir permiso.

En América Latina éramos -hasta anoche- 293 millones de varones, de voz gruesa y pelo en el pecho. Pues atención: el 43% de ellos, se encuentra bajo el yugo de presidentas mujeres.

Cristina Kirchner gobierna a 21 millones de varones argentinos. Laura Chinchilla manda sobre 2 millones y medio de resignados varones costarricenses y Dilma Rousseff en Brasil, tiene más súbditos que la reina de Inglaterra, pues casi 100 millones de machos brasileños dependen de sus decisiones.

Y aunque en pleno siglo 21 aún gobiernan en el mundo medio centenar de emperadores, reyes y emires, la más poderosa entre todos es la Chava 2 de Inglaterra, que ya sobrepasó 60 años con la corona británica atornillada sobre su mollera real.

Todo huele a conspiración femenina. Las ejecutivas se preparan para gobernar el mundo sin participación de los hombres. La prueba está en los clubes de negocios, que ya no reciben miembros, sino socias.

Las ventajas de ser hombre escasean. Aunque un pariente político me contradice con la siguiente experiencia personal: El día de su bautizo, su madrina lo cargaba encima de la pila bautismal. De pronto se le resbaló la criatura… y en pleno volantín, su padrino le echó mano a lo que pudo… Gracias a Dios el escuincle era varón, porque si es niña, se desnuca.

Los hombres estamos relegados a los oficios más humildes -como sacar a mear al perro- mientras ellas viven en comités o tomando té con sus compañeras de trabajo. Y claro, uno empieza a cabrearse políticamente, porque corremos el riesgo que nuestras viejas se nos volteen al “partido del té”.

Ajustamos decenas de miles de años conviviendo con ellas, y aún no conocemos a esa mujer que se esconde detrás del maquillaje. Por confesión de una amiga vine a saber, por qué las mujeres siempre cierran los ojos cuando besan a los hombres: “Para no verles la cara de idiotas que improvisan”.

Si le preguntas a una dama con quince años de casada si nota alguna diferencia entre el que fue su noviecito y el que ahora es su marido, ella responderá “ninguna”, porque según las mujeres “por más panzones que se pongan… jamás maduran”.

Bien diferente cuando al güey le preguntan la diferencia entre la que fue su noviecita y la que ahora es su esposa. Con toda honestidad, dirá: “A ojo pelado… unas 42 libras de sobrepeso”.

¿Por qué las mujeres continúan desplazando a los varones de los cargos de responsabilidad?

Según mi prima Lastenia: “Por ineptos. La mejor prueba es que para fecundar un simple óvulo, los hombres necesitan producir un millón de espermatozoides”.

(fin)

VERBATIM

“En cualquier discusión, las mujeres siempre tienen la última palabra. Si un hombre se atreve a adicionar otra palabra… ¡Ah! Ese es el comienzo de una nueva discusión”