La tía Filomena suele invitar a sus parientes preferidos al tradicional almuerzo dominical.

Esa invitación no es gratuita. La vieja calcula a ojo pelado cuánta limosna afloja cada quien en la misa, y con base en ese ranking de generosidad, define a sus invitados.

A la altura de la sopa es usual que hagamos un repaso sobre “el estado de la unión”, (la unión de nuestra familia). Ahí nos gozamos los chismes sobre matrimonios, infidelidades, divorcios, diabluras de los adolescentes, y el nacimiento de nuevos escuincles que llegan a nuestra familia en busca del sueño americano.

Tan pronto la tía sirve el plato fuerte, empezamos la contabilidad de las dolencias que aquejan a la familia: desde acné, hasta infartos, y desde dolores en los ovarios, hasta obesidad en la próstata.

Cuando la casa de la tía ya huele a postre, empieza la rueda de sugerencias farmacéuticas. Eso parece una convención de boticarios.

Todos recomiendan, desde medicinas para entusiasmar la disfunción eréctil, hasta vitaminas para balancear los pechos. Desde supositorios para la congestión intestinal, hasta jarabes para trancar la diarrea. Desde pomadas para la artritis, hasta enemas para aliviar la depresión.

Con el arribo del café, empieza la hora de la verdad: el análisis de los “efectos secundarios” de esas medicinas.

Es que gracias a los anuncios que pasan por la tele uno aprende mucho de enfermedades que no existían, y lo más preocupante: los efectos secundarios de las nuevas medicinas.

Por ejemplo, hay un anuncio que habla maravillas de una medicina para corregir la flacidez de algún miembro (creo que se refiere a un miembro de la familia) y en seguida, una voz advierte sobre los efectos secundarios del fármaco:

  • Esta medicina puede causar: pérdida de la memoria, crecimiento acelerado de los pechos, alucinaciones, atracción hacia personas de su mismo sexo, incontinencia urinaria, diarrea explosiva, paranoia, pérdida del sentido del gusto, gases y mal aliento, tendencias suicidas y demencia (incluye los deseos de votar por el “partido del té”). Si eso lo afecta, suspéndala de inmediato y consulte a su médico.

A estas alturas, no se sabe qué es peor, si la enfermedad que se inventaron las farmacéuticas, o los efectos secundarios de la medicina que crearon para curarla.

  • Eso mismo pasa con la Corte Suprema de Justicia –metió la cucharada el tío Epaminondas- las medicinas que la Corte receta traen enorme alivio en el ordenamiento jurídico de la Nación, pero, también, causan efectos secundarios.

  • ¿Efectos secundarios? –preguntó la tía.

  • La Corte Suprema es tan poderosa, que puede derogar leyes, y además sus decisiones crean precedentes que todas las demás cortes deben respetar. Pero la Corte no es infalible. Son nueve seres humanos, a los que se les pueden ir las luces. En las elecciones del 2000, Gore ganó el voto popular (y muy seguramente el colegio electoral), pero la Corte Suprema, en una compleja decisión, definió las condiciones para que Bush ganará la presidencia.

  • ¿Y? –preguntó la tía.

  • Ya se acerca la decisión sobre la ley SB 1070 de Arizona. Si la Corte Suprema le da la razón a ese Estado, los efectos secundarios serán devastadores para los inmigrantes hispanos.

  • ¡Mi madre! ¿Y esos efectos secundarios también pueden aparecer “antes”? Porque yo ya empecé a sentir: confusión, paranoia y problemas para conciliar el sueño americano.

Armando Caicedo