Estamos a pocos días de que el Partido Republicano, el Gran Viejo Partido (GOP), cumpla 159 años de existencia, el próximo 20 de marzo.

Los inicios republicanos fueron de desafĆ­o contra un establecimiento que favorecĆ­a la esclavitud.

Abraham Lincoln fue el primero de los 18 mandatarios de esa filiación en ocupar la Oficina Oval de la Casa Blanca, en unas circunstancias desde todo punto de vista espantosas.

Lincoln decidió jugÔrsela por la emancipación de los esclavos negros y el país vivió una cruenta guerra civil, que estuvo a punto de romperlo en dos para siempre.

La Guerra de Secesión se prolongó desde 1861 hasta 1865, en un tiempo en que hubo dos capitales de la nación, Washington, la del gobierno legítimo y Richmond, la de los rebeldes de la Confederación.

DespuƩs de vencer y mantener la unidad de los Estados Unidos, Lincoln fue asesinado, dejando un legado valentƭa y de compromiso con postulados de igualdad y democracia.

Hoy, mÔs de siglo y medio después, hay estadounidenses que piden que el Partido Republicano vuelva a arriesgarse por un sector de la población al que necesita acercarse para ser una opción de poder.

Los republicanos requieren ganarse a una porción de los hispanos para volver a la presidencia y su oportunidad es impulsar una reforma migratoria integral, o como dicen a veces una reforma justa y comprensiva.

Pero no es con propuestas de bloquear la eventual naturalización de los inmigrantes irregulares como se gana el favor y el voto de la comunidad latina.

Los republicanos deben recordar que fueron precisamente las políticas de la autodeportación y de respaldo a leyes antiinmigrantes estatales y locales, las que llevaron al Gran Viejo Partido a la debacle de noviembre pasado.

El anuncio del exgobernador Jeb Bush de no ofrecer un camino a la ciudadanía en su plan migratorio es un absurdo, dado que había sido él un faro de sensatez, en la reparación del vínculo entre los latinos y su partido.

Una encuesta realizada por el grupo conservador Resurgent Republic y la organización Hispanic Leadership Network a finales del año anterior entre votantes latinos de Florida, Colorado, Nevada y Nuevo México, ratificó que el Partido Republicano tenía un problema de imagen con los hispanos.

Sin embargo, encontró que 38 por ciento de los encuestados se definieron como conservadores. Ese porcentaje se acerca mÔs al 44 por ciento del voto latino obtenido por el expresidente George W. Bush, en 2004, que el 23 por ciento logrado por el exgobernador Mitt Romney en 2012.

A ojo de buen cubero, los republicanos captarĆ­an alrededor de cuatro millones de votantes potenciales, entre los 10 millones que resultarĆ­an legalizados por la reforma migratoria de 2013.

Por eso, el trabajo de relaciones pĆŗblicas que tienen que hacer con los latinos, es el del partido que los abraza y no el del que los aparta.

El camino para el Partido Republicano no es dejarse atemorizar los sectores intolerantes del Partido del Te, al que pertenecen la mayoría de los representantes afiliados al grupo de inmigración fundado por el nefasto excongresista de Colorado, Tom Tancredo.

Congresistas como Dana Rohrabacher, que le dio la bienvenida a su oficina a la soƱadora Jessica Bravo, diciĆ©ndole ā€œodio a los ilegalesā€, no le hacen ningĆŗn favor. Tampoco es seguir ideas como las de Bill James, comisionado republicano del Condado de Mecklenburg, Carolina del Norte, que ha indicado que lo bueno de expedir licencias de conducir a los soƱadores en ese estado es desarrollar una base de datos para deportar a sus familias.

MƔs bien, los republicanos deben beber en las aguas de Lincoln y del expresidente Ronald Reagan, que tuvo a bien legalizar a tres millones de indocumentados, quienes impulsaron la economƭa en los ochenta.

Por Rafael Prieto Zartha

”No se quede fuera!

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