Por: Armando Caicedo
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Esta semana les haré una confesión, a los siete generosos lectores que me siguen.
(No cuento entre ellos a la tía Filomena, porque la vieja siempre me sale con la misma disculpa peregrina: “esta semana no pude leerte porque se me refundieron los anteojos”)
Para atreverme a confesar un secreto tan íntimo, mantuve durante muchos meses una tenaz lucha interior.
(Similar a la que debieron soportar mis amigos los gays, antes de tomar la decisión de salir del closet)
Esta mañana, mientras me sacaba una espinilla frente al espejo del baño, me puse a filosofar con la técnica del “yo con yo”. Al final, me dije: “Macho, enfrenta como todo un varón tu verdadera orientación”.
Así que, a la hora del desayuno, alcé mi taza de café y exclamé:
- Señoras y señores, para salir de este closet de confusión en que me encuentro, les confieso: Soy hincha del América.
Al tío Epaminondas se le atoró el muffin que estaba deglutiendo.
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¡Alto ahí! Es estúpido declararse hincha de un personaje de ficción.
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Pero, tío… -balbucí.
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Mijo, no seas ingenuo. Santa Claus, Supermán, Batman y el Capitán América simplemente no existen. Es pura ficción… como la Reforma Migratoria.
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Tío, ser hincha del América, nada tiene que ver con el tal “Capitán América”.
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Escucha cretino: yo era una chica adolescente por allá en 1941, cuando aparecieron los cuentos del Capitán América. ¡Es un mediocre! Han pasado 70 años y al tipo no lo han ascendido ni a coronel.
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Tía ¡Basta! No me interesa el Capitán América.
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Ahora entiendo. Eres hincha del Equipo América.
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Tenga cuidado joven -interrumpió el tío Epaminondas- el América tiene dos títulos indiscutibles: es el equipo de fútbol con mayor número de seguidores en México, pero al mismo tiempo, es el equipo más odiado en la República.
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Entiéndanme: Yo no soy hincha de las Águilas del América, ni mucho menos del Capitán América.
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Querido sobrino, una tiene que cabrearse. Todos los que llevan el apellido “América”, por algún lado son parientes.
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¿Y entonces eres hincha de quién?
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Pues del Bank of America.
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Te admiro –refunfuñó la vieja- para confesar eso, se necesita mucho valor.
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Es que soy muy sensible con los pobres en dificultades. Recuerdo cuando el gobierno le prestó al banco 45 mi millones de verdes dólares para que sus pobres accionistas no se quebraran.
Hoy vuelven a estar en dificultades. Para que sus modestos directivos puedan mantener su nivel de vida -sin exigirle más dinero al gobierno- pues les tocó sacrificarse: despedirán a 36 mil trabajadores.
Además, 1.3 millones de desagradecidos clientes le salieron con la disculpa que están en dificultades económicas y no le pagan sus hipotecas. Entonces le tocó al pobre banco hacerle foreclosure a 275 mil propietarios.
Y lo que resultó en más trabajo para el pobre banco, en ciudades como Cleveland, sacaron a cien propietarios morosos de sus casas y como esas propiedades valían tan poco… decidieron pasarles un bulldózer por encima. (A las casas –se entiende- no a los deudores)
- Esto sólo ocurre en América, mijo –sentenció mi tío- aquí les destruimos las casas viejas a nuestros pobres, y para quedar en paz con nuestras conciencias, corremos a construirles casas nuevas a los pobres de Irak y Afganistán.
“En América, cualquier ciudadano cruzará el océano para luchar por la democracia, pero es difícil que cruce la calle para votar en una elección” – Bill Vaughan